Maricón, de qué

Uno piensa en el ensañamiento que supone apalear hasta la muerte a una persona. Son muchos golpes y, al parecer, mucha gente convencida de agredir a un chico sin importar las consecuencias, sin ser conscientes de la línea roja que están cruzando para siempre. Pero la violencia no nace en el momento último de la agresión; se rastrea el origen desde mucho más atrás, sumergidos en un proceso inconsciente y peligroso. Porque para apalizar así a una persona, de manera grupal, primero hay que deshumanizarse y deshumanizar, convertir al otro en un objeto o un ser inferior, de otra categoría, sobre el que ejercer una violencia coral y sin control.

Para lo que vino después del ‘maricón‘ hay que hacer algo también horrendo: despojar a Samuel Luiz de su igualdad con respecto al resto. Despersonalizarlo en todos los sentidos, desvestirlo de ilusiones y de vida.

Me pregunto cómo se hace eso. Cómo se deshumaniza, cómo se sueltan las riendas del brutalismo, cómo aflora una agresividad colectiva de esa manera. Qué hay detrás de todo esto. Me obsesiona responderlo: cómo se acaba con la dignidad humana.

(Sharon McCutcheon, 2018)

Discursos. Ficciones. Palabras que se cuelan como legítimas y que van construyendo el caldo de cultivo del futuro. Un futuro que ya es, por cierto, nuestro presente. Podemos discutir si el móvil fue o no fue, finalmente, la orientación sexual de Samuel Luiz; lo que no deberíamos dejar de plantearnos es, sin embargo, que la palabra ‘maricón‘, sumergida en su contexto, esconde en realidad los engranajes sociales y culturales de la deshumanización. Si no fue el móvil, fue el objeto legitimador de los golpes; se puede hacer lo que se hizo porque, entre otras cosas, Samuel era homosexual y, por lo tanto, dentro de este juego de legitimación inmoral e inhumana, un ‘alguien’ minoritario, inferior, estigmatizado.

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Crónicas de Pílades (III) – De balcones y viajes al pasado

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16/03/2020

Las 20:00 marcan el momento de una cita casi obligada. Salimos a las ventanas, porque no hay tanto balcón como en el sur, e intentamos que se escuche lo máximo posible ese Resistiré del Dúo Dinámico, junto con los aplausos. Hay pocos vecinos, de momento, pero al menos queda el sonido en el aire, más leve de lo que quisiéramos, bailando entre el vacío de vida que coletea más allá de los marcos de las puertas y las contras de las ventanas. Seguimos el ejemplo italiano de hacernos compañía desde la distancia.

El acto se convierte en una ayuda; saber que tienes algo pendiente te da un motivo más para estructurar la rutina de la tarde. A las 19:30 ya estás avisando a la familia, espoleado por los vídeos de la televisión y las redes sociales, que son cada vez más creativos. Entonces te asomas y aplaudes, y los vecinos y vecinas se incorporan poco a poco, y les gritas y saludas, y cada uno perpetúa el homenaje. Primero, un homenaje a uno mismo, supongo, y luego a los grandes héroes para la mayor parte de la sociedad: cajeros y reponedores de supermercados, personal sanitario de hospitales, limpiadores en las calles… La punta de lanza de la crisis del coronavirus no solo está en los expertos, sino en el trabajo diario y público de todos ellos.

Apenas ha empezado el período de confinamiento. Queda todavía prácticamente un mes, porque es probable que el estado de alarma se prolongue, y ya pienso en la importancia que tiene cada acto. Discurrimos desde la cita de las 20:00 a la conversión del balcón en minúsculo escenario de teatro, en ágora de la casa. El balcón como metáfora del contacto social, de la unión y de la búsqueda de entretenimiento. Los djs montan el equipo, los músicos tocan, otros juegan al bingo. El aburrimiento (y eso que estamos todavía en un primer nivel) es la pieza fundamental para la explosión de creatividad. Responder a «¿Y si…?» se convierte en ese primer paso para la construcción de estos momentos. De balcón a balcón para sentirnos acompañados, porque también somos, indudablemente, dependientes de los otros. Zoon politikon.

«Discurrimos desde la cita de las 20:00 a la conversión del balcón en minúsculo escenario de teatro, en ágora de la casa. El balcón como metáfora del contacto social, de la unión y de la búsqueda de entretenimiento». // Fotógrafa: Federica Giusti

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Crónicas de Pílades (II) – Alarma

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14/03/2020

Artículo 116 de la Constitución Española

1. Una ley orgánica regulará los estados de alarma, de excepción y de sitio, y las competencias y limitaciones correspondientes.

2. El estado de alarma será declarado por el Gobierno mediante decreto acordado en Consejo de Ministros por un plazo máximo de quince días, dando cuenta al Congreso de los Diputados, reunido inmediatamente al efecto y sin cuya autorización no podrá ser prorrogado dicho plazo. El decreto determinará el ámbito territorial a que se extienden los efectos de la declaración.

Salgo a la calle con la sensación de que, en vez de un virus, lo que estamos viviendo es una crisis por radiación. Aspiro con desconfianza el aire y me alejo de las personas con las que me cruzo en este pueblo coruñés con nombre de dios de la guerra. Corro para despejarme, pero también para ver qué hay en las calles. La mayor parte de las personas que encuentro se aglutinan alrededor de farmacias y supermercados; el resto pasea con los perros y hace algo de ejercicio, aunque estos últimos sean más bien rareza.

Pedro Sánchez ha declarado el estado de alarma, y no puedo evitar sentir el peso de esas palabras cada vez que salgo o me planteo salir a la calle. La victoria depende de cada uno de nosotros; el heroísmo consiste en lavarse las manos y quedarse en casa; todos tenemos una tarea y una misión en las próximas semanas. A partir de aquí, de esta activación del recurso legal para controlar poblaciones, hospitales privados y poner en marcha hasta al ejército, solo se divisa una situación más complicada.

En la prensa, en las esferas políticas, se habla del coronavirus como una emergencia que no atiende a fronteras externas ni internas, pero ahora la vida, más que nunca, se ampara en las fronteras para protegerse. Es una situación contradictoria, porque para terminar con el virus se necesita un trabajo global, que consiste nada más y nada menos que en encerrarnos en nuestras casas y poner barreras entre unos y otros. La frontera de nuestros hogares, luego la frontera de nuestras comunidades autónomas y más adelante la de nuestros países. Por primera vez en mucho tiempo, los europeos volvemos a enfrentarnos a ellas.

«Es una situación contradictoria, porque para terminar con el virus se necesita un trabajo global, que consiste nada más y nada menos que en encerrarnos en nuestras casas y poner barreras entre unos y otros». // Fotógrafo: Eduard Militaru

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Crónicas de Pílades (I) – Éxodo

13/03/2020

Ayer fue jornada de éxodo estudiantil. Hoy, el mediodía se avecina con un silencio atronador y asfixiante, apenas interrumpido por algún runrún de maletas y de tuppers vacíos que vuelven a casa, como un exhausto combatiente de alguna guerra lejana. Compostela se vacía rodeada de conversaciones sobre cuándo volveremos, sobre clases y calendario académico, sobre cuarentena, sobre Filmin y Netflix. También, claro, sobre responsabilidad, vuelos pendientes y Erasmus y SICUES atrapados. De golpe, con una segada perfecta, indecente, el coronavirus detiene la rutina. El ritmo trepidante que determina al siglo XXI pone freno por una causa mayor, por algo que siempre, de una forma u otra, ha escapado al control y conocimiento del Homo sapiens: la naturaleza.

Todo se calma, todo se reduce a un estado de alerta constante. Muere el ocio, y acabará muriendo el entretenimiento para dar paso a un ente que creíamos alejado de nuestras vidas, ese aburrimiento colosal, como un Saturno devorando a su hijo, que nos engullirá. O eso pienso. Un Saturno al que no estamos acostumbrados, ni siquiera yo, que actúo como un narrador ficticio de un diario aún más ficticio; ¿acaso no escribo por reflexión, Pílades que me llamo, plumilla con nombre heleno, apenas un juntador de letras de tres al cuarto, pero también por recuerdo y algún extraño tipo de ocio? Incluso, hasta escribo por algún extraño tipo de entretenimiento, aunque decir entretenimiento suena impúdico en un diario que aspira a convertirse en una crónica ficticia de algo que sucede de verdad. Aún por encima, hecha y rehecha por un autor, Pílades, que no es nadie, solo testigo con identidad ficticia, solo escritor de unos textos que no esperan prosperar más que para el desarrollo de mi ego inexistente.

Hoy, a trece de marzo, vuelvo a casa empujado por un coronavirus, COVID-19, que tiene una facilidad enorme para abrir brechas generacionales. Algunos compañeros míos, supongamos que con nombres igual de helenos, jóvenes ellos, se debaten de manera constante entre volver o no. Ante la idea de regresar, siempre se mantiene la imagen mental de un abuelo o abuela, de un padre o una madre con algún problema inmunológico, y esa posibilidad de ver cómo se les contagia el virus a través de la saliva y el contacto de sus propios nietos e hijos. Es un futuro demasiado factible en la mente de un estudiante; la idea de ser germen, de atraer el virus a la población de más riesgo, que en este caso es dolorosamente familiar, cercana y palpable.

«Es una realidad demasiado posible en la mente de un estudiante; la idea de ser germen, de atraer el virus a la población de más riesgo, que en este caso es dolorosamente familiar, cercana y palpable». // Fuente:  Visuals, Unsplash

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El baile del zapatero

—¿Se ve aquí dentro de quince años?—pregunto.

—Todavía vamos a seguir utilizando zapatos. Así que hasta que lo dejemos de hacer, sí.

Eso dice Germán Paradela cuando llevo ya un rato con él en el taller A Ciscada, su pequeña zapatería en el municipio coruñés de Ares. Es un sitio agradable, un lugar que resiste los vaivenes de una sociedad inmersa en el frenetismo y la locura de la inmediatez. Resiste los tuits, los posts de Facebook y las stories de Instagram. Todavía vamos a seguir utilizando zapatos, por lo menos hasta verano, cuando la gente pasa del calzado a las chanclas de la playa; Germán, de la goma de los zapatos a las copias de llaves. Todavía más en Ares, que vive a dos marchas radicalmente opuestas a lo largo del año. En la temporada de invierno, el pueblo se sumerge en una calma anticiclónica, asesinada de vez en cuando por los tímidos rayos de sol otoñales que permiten a los visitantes y habitantes tomar algo en las terrazas de los bares. En el verano, los turistas revitalizan la playa y el paseo del pueblo, después de acomodarse en sus hogares vacacionales; todo un turismo estacionalizado que no mira lo que deja atrás.

Germán Paradela, en el taller A Ciscada // Fotografía: Pablo J. Rañales

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La chica del Stradivarius

Todavía llevaba puesto el uniforme de la tienda cuando se apoyó en la verja. Se quedó varios minutos allí, observando el flujo continuo de un río clamoroso que no se topaba con ningún dique capaz de contenerlo. Al verla, uno se pregunta qué siente. Si impotencia por no estar al otro lado, morado en la camiseta, cartel en la mano y consigna en la boca, o si se nota distante y lejana de aquella realidad que transcurre ante sus ojos. Las mismas preguntas vuelven a mi cabeza cuando paso por delante de algunas tiendas compostelanas con luces encendidas y trabajadoras aún dentro. Los Uterqüe, los Women´s Secret.

Fotógrafo: Ángel Vidal // (IG: @angelvidal_21)

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Los jinetes andaluces

Terminó el trote de los caballos con sorpresas. Atrás quedan el humor y los memes de un Santiago Abascal cabalgando a ritmo de la banda sonora de El señor de los anillos. Ahora, la realidad es diferente y el caballo está imbuido en llamas. Peligro y atención, rostros más serios ante una realidad que va más allá de un vídeo de jinetes que no saben a dónde van.

Fotógrafo: Marko Blazevic

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Mariano Rajoy, el maratonista de la política

37 años de carrera política. Esta es la cifra que avala a Mariano Rajoy como un corredor de largas distancias. 37 años de idas y venidas, con el ritmo pausado pero continuo, y no siempre con el chándal de marcha (la que suele hacer cuando desea despejar la cabeza), sino más bien trajeado. 37 años y una infinidad de cargos públicos.

Después de licenciarse en Derecho, se convirtió en el registrador de la propiedad más joven de España (con 24 añitos). Diputado autonómico, director general de Relaciones Institucionales de la Xunta, presidente de la Diputación de Pontevedra, Ministro de Interior, Ministro de Educación, Cultura y Deporte… y Presidente de España. Todo un maratón. Mucho tiempo y muchos kilómetros detrás de la figura de 63 años. El de los Sangenjo, las marcadas ‘S’, los trabalenguas y las frases de complicada sintaxis y comprensión.

Mariano Rajoy dejó de correr este viernes. Terminó la carrera después de que el resto de los partidos políticos hicieran el Ironman en los 1687 folios de la sentencia de la Trama Gürtel (primera parte, como si fuera una obra fílmica). La sentencia que condenaba al PP como persona jurídica y corroboraba la poca credibilidad del testimonio de Rajoy.

Mariano Rajoy fotografiado por Dani Gago en su último día en el Congreso de los Diputados
Fuente: ElPaís. // Fotografía de Dani Gago.

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El problema no es Puidgemont

El arresto de Puidgemont y el resto de líderes políticos del procès no soluciona nada. No termina con nada, aunque se diga lo contrario. Un problema democrático se salda con más democracia y diálogo.

El problema es una Constitución que ha quedado obsoleta. Ha cumplido su cometido, que era dotar a España de una estabilidad política capaz de garantizar la transición democrática. Conseguida esta transición, ahora esa misma democracia que nació con ella necesita una nueva Constitución más moderna, que se adapte a sus necesidades sociales. La España de las últimas décadas del siglo XX no se parece en nada a la España actual; nuestra sombra ha de cambiar ya.

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¿Qué es periodismo narrativo? Una mirada a otro mundo posible

Llueve. Miro por la ventana de una sala de estudio gris y veo a un pájaro aguantando estoicamente la lluvia. Y me pregunto… ¿por qué estoicamente? ¿Y si se encoge en sí mismo sonriendo, disfrutando de los deslices de las gotas por su cuerpo? Llueve y la tierra parece recobrar su alegría. Llueve y mi mirada vaga por un procesador de texto insípido, repleto de palabras mordaces que analizan los medios de comunicación en su guerra mediática dentro del asunto catalán. Iba a escribir conflicto, pero para mí no es conflicto lo que supone una prueba de salud para la democracia. El conflicto es creado a propósito por el egoísmo de unos pocos.

Leo los titulares, las noticias… y me encuentro con la misma vacuidad en todos. La misma falta de contextualización, los mismos datos brutos, la misma forma insana de hacer periodismo. De polarizar, de transformar una realidad compleja en una simple fórmula bicolor, en un blanco y negro dañino. ¿Dónde quedó esa función de formar, educar, ayudar a solucionar problemas y no crearlos? Olvidada en un cajón. Encima de la mesilla de noche está el clickbait, el ‘di esto o lo hará otro por ti’, los copia y pega.

Llueve y me pregunto si hay otra forma de hacer las cosas. Y sí, la hay. Igual que no hay una sola manera de mirar el mundo, sino cientos, miles de puntos de vista de una misma cosa.

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