Crónicas de Pílades (III) – De balcones y viajes al pasado

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16/03/2020

Las 20:00 marcan el momento de una cita casi obligada. Salimos a las ventanas, porque no hay tanto balcón como en el sur, e intentamos que se escuche lo máximo posible ese Resistiré del Dúo Dinámico, junto con los aplausos. Hay pocos vecinos, de momento, pero al menos queda el sonido en el aire, más leve de lo que quisiéramos, bailando entre el vacío de vida que coletea más allá de los marcos de las puertas y las contras de las ventanas. Seguimos el ejemplo italiano de hacernos compañía desde la distancia.

El acto se convierte en una ayuda; saber que tienes algo pendiente te da un motivo más para estructurar la rutina de la tarde. A las 19:30 ya estás avisando a la familia, espoleado por los vídeos de la televisión y las redes sociales, que son cada vez más creativos. Entonces te asomas y aplaudes, y los vecinos y vecinas se incorporan poco a poco, y les gritas y saludas, y cada uno perpetúa el homenaje. Primero, un homenaje a uno mismo, supongo, y luego a los grandes héroes para la mayor parte de la sociedad: cajeros y reponedores de supermercados, personal sanitario de hospitales, limpiadores en las calles… La punta de lanza de la crisis del coronavirus no solo está en los expertos, sino en el trabajo diario y público de todos ellos.

Apenas ha empezado el período de confinamiento. Queda todavía prácticamente un mes, porque es probable que el estado de alarma se prolongue, y ya pienso en la importancia que tiene cada acto. Discurrimos desde la cita de las 20:00 a la conversión del balcón en minúsculo escenario de teatro, en ágora de la casa. El balcón como metáfora del contacto social, de la unión y de la búsqueda de entretenimiento. Los djs montan el equipo, los músicos tocan, otros juegan al bingo. El aburrimiento (y eso que estamos todavía en un primer nivel) es la pieza fundamental para la explosión de creatividad. Responder a «¿Y si…?» se convierte en ese primer paso para la construcción de estos momentos. De balcón a balcón para sentirnos acompañados, porque también somos, indudablemente, dependientes de los otros. Zoon politikon.

«Discurrimos desde la cita de las 20:00 a la conversión del balcón en minúsculo escenario de teatro, en ágora de la casa. El balcón como metáfora del contacto social, de la unión y de la búsqueda de entretenimiento». // Fotógrafa: Federica Giusti

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El baile del zapatero

—¿Se ve aquí dentro de quince años?—pregunto.

—Todavía vamos a seguir utilizando zapatos. Así que hasta que lo dejemos de hacer, sí.

Eso dice Germán Paradela cuando llevo ya un rato con él en el taller A Ciscada, su pequeña zapatería en el municipio coruñés de Ares. Es un sitio agradable, un lugar que resiste los vaivenes de una sociedad inmersa en el frenetismo y la locura de la inmediatez. Resiste los tuits, los posts de Facebook y las stories de Instagram. Todavía vamos a seguir utilizando zapatos, por lo menos hasta verano, cuando la gente pasa del calzado a las chanclas de la playa; Germán, de la goma de los zapatos a las copias de llaves. Todavía más en Ares, que vive a dos marchas radicalmente opuestas a lo largo del año. En la temporada de invierno, el pueblo se sumerge en una calma anticiclónica, asesinada de vez en cuando por los tímidos rayos de sol otoñales que permiten a los visitantes y habitantes tomar algo en las terrazas de los bares. En el verano, los turistas revitalizan la playa y el paseo del pueblo, después de acomodarse en sus hogares vacacionales; todo un turismo estacionalizado que no mira lo que deja atrás.

Germán Paradela, en el taller A Ciscada // Fotografía: Pablo J. Rañales

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La elección de los espejos

Fotógrafo: Henrique Macedo.

Ha de ser la lucha que más cansa de todas. Ese andar pesado de la cama al baño, aún drogado por el efecto de unas sábanas demasiado apegadas al cuerpo y a la cara; esa luz grisácea que se cuela entre las cortinas y crea una línea en el suelo que sigo con los pies, intentando no desviarme del camino que lleva al baño. Me encuentro otra vez conmigo  mismo y examino las curvas de mis ojos, el pelo o los ríos del cuerpo. Se cuela, de golpe, la imagen de lo que ha hecho el pasado de mí, todos los cambios que he vivido o estoy viviendo. El espejo, transición hacia la ducha reparadora y el agua que combate la deshidratación del alcohol y el sudor secuestrado de la noche. El espejo, paso previo a la rutina. El pijama que cae al suelo, los pies descalzos y el vaquero enjaulando los pelos de las piernas y transformándose en la nueva piel del muslo.

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