Libros con estructuras experimentales: tres recomendaciones para asombrarse

Toda novela tiene su arquitectura. Unos cimientos, una distribución textual, sus espacios de descanso y esparcimiento y también de ajetreo. Si hace un tiempo hablaba de la unión entre novelas-edificios a través de la estructura, ahora compete otra cosa: invitarte a cambiar la mirada. Esa es una de las transformaciones que ayudan a entender lo … Leer más

Escritura con inteligencia artificial: un futuro entre la producción masiva y la cocreación artesanal

Es ya una verdad insoslayable: las inteligencias artificiales han adquirido condición divina. Están en todas partes, son religiosamente ubicuas, y surgen de forma orgánica en cualquier conversación. Aparecen en un congreso de marketing, en la charla que mantienes con los amigos o familiares, en el trabajo y en los hilos de Twitter que te tientan … Leer más

La estructura de una novela: cómo construir los cimientos de tu texto

architectural photography of building

Escribir tiene mucho que ver con la construcción. El texto no es solo texto: también se transforma en edificio, con sus luminosidades y sus grietas, con sus lugares incómodos y sus espacios confortables. Y por eso mismo es esencial que, desde el primer minuto, los escritores pensemos bien qué tipo de cimientos queremos para nuestro texto-edificio: cómo deseamos que se sostenga nuestra novela, de qué forma van a vivir nuestros personajes en ella. De esa decisión van a depender muchas más cosas de las que creemos. 

La estructura de una novela es sinónimo de raíces arquitectónicas y, más allá de lo metafórico, también del sistema de relaciones entre capítulos. Y para empezar a diseñar, a trabajar y perfilar y volver a planificar tu narrativa, tendremos que idear bien qué sucede dentro de cada división capitular (porque la estructura tiene mucho que ver, también, con la forma que adopta una trama) y cómo se va a distribuir a lo largo de las páginas.

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Dialogar con tu novela: una historia de dudas, obsesiones y placeres

Teóricos literarios y escritores y escritoras de diferente pelaje explican con claridad las principales fases de creación narrativa. Tenemos la planificación y organización de la historia, la redacción como tal, la corrección… Bloques grandes de trabajo divididos también en subapartados y actividades que ejemplifican la complejidad de todo el proceso, de toda la escritura. Pero no se ahonda tanto en la existencia latente, incluso invisible, del diálogo constante con uno mismo que hay en cada una de estas fases; una conversación con el propio ego a veces hinchado, otras raquítico y autodestructivo.

Escribir, mucho más corregir y más aún alcanzar el sueño húmedo de la publicación, supone también someterse a un flujo de aprendizaje: aprender a cuidarse, a ser justo con lo que se ha creado, a entender los lazos que estableces con tus propias historias. Y hay un monstruo agorero al que enfrentarse: esa idea simple, a veces representada incluso como certeza, de que los textos siempre se podrían haber hecho muchísimo mejor.

Fue la mayor enseñanza que obtuve – y obtengo- después de publicar la primera novela: cómo gestionar el diálogo solitario con tu propia obra. Y lo aprendí después de la obsesión que produce la corrección dilatada y sostenida en el tiempo. Reescribí, eliminé, reestructuré hasta el infinito Siervos de Tinta, sometido a una suerte de síndrome del impostor que me llevaba a cambiar verbo por verbo, adjetivo por adjetivo, una coma aquí y otra allá, contradiciéndome, como si el mundo terminara ahí, en el detallismo de la textualidad, como si todo se transformara de golpe con esa revisión compulsiva. Es más: como si solo la coma, el adjetivo, el verbo fueran la diferencia entre el éxito y el fallo para el lector. 

Corregir es el mayor diálogo de todo el proceso creativo. Es difícil determinar el final, saber cuándo uno enturbia la historia y el estilo o cuándo, de verdad, está ejecutando cambios de valor. En fotografía, el último manuscrito corregido de Siervos de Tinta.

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Entrevista a Pablo J. Rañales, autor de Siervos de Tinta: «El trabajo literario no es otra cosa que arar, arar y arar»

Conversación extraída del Medium de su creador, Jorge Riveiro. Agradecido, siempre, a Jorge, por todo y por tanto.

Pablo J. Rañales en diálogo con el periodista Jorge Rivero sobre su primera novela, Siervos de Tinta, en una cafetería de Ares
Fotografía: Lorena Iglesias Andrade.

No todos los días se entrevista a un amigo. Menos, a uno que acaba de publicar recientemente su primera novela. Pablo J. Rañales, orgulloso habitante de Ares -y, claro, de Mugardos-, estudió la carrera de periodismo en Santiago de Compostela, que compaginó con una carrera paralela como escritor de ficción. De ahí surge Siervos de Tinta (vía Valhalla Ediciones), obra que sirvió de pretexto para esta conversación que mantuvimos. Una charla, en formato cercano y reposado, que, sin más pretensión que profundizar un poco en sus raíces como escritor y en su obra, podéis leer a continuación.

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Cómo escribir un relato corto

Si comienzas en esto de escribir, el relato podría ser tu primera opción para tantear el terreno. Su dimensión facilita su propia escritura, al no ser nuestro objetivo una historia excesivamente larga y compleja en cuanto a personajes, ambientes y trama. El relato también ayuda a aplicar algunas técnicas de escrituras básicas y a jugar con la creación de nuestros personajes. Además, es divertido y no te exige una enorme cantidad de tiempo si no lo quieres. Un buen relato corto puede ser hasta de una página. Pero… ¿por dónde empezamos? ¿Qué necesitamos?

En este caso, yo opto por explicarlo a través de una analogía donde nosotros, como escritores, somos el Doctor Frankenstein y nuestro relato, el monstruo que tenemos que crear. ¡Así que hay que ir a buscar los órganos que nos faltan para darle vida!

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