Libros con estructuras experimentales: tres recomendaciones para asombrarse

Toda novela tiene su arquitectura. Unos cimientos, una distribución textual, sus espacios de descanso y esparcimiento y también de ajetreo. Si hace un tiempo hablaba de la unión entre novelas-edificios a través de la estructura, ahora compete otra cosa: invitarte a cambiar la mirada. Esa es una de las transformaciones que ayudan a entender lo … Leer más

Como sobrevivir ao teu proxecto creativo: a vida máis aló da autoexplotación

É moi tentador: a facilidade de acceso a ferramentas de creación de contido convidan a calquera xornalista, publicista, filólogo, historiador, escritor ou científico a montar un proxecto propio. E as mesmas industrias culturais presionan a ter algún tipo de iniciativa que sintetice as nosas habilidades para o mercado laboral. Semella verdade categórica que o portfolio … Leer más

Escritura con inteligencia artificial: un futuro entre la producción masiva y la cocreación artesanal

Es ya una verdad insoslayable: las inteligencias artificiales han adquirido condición divina. Están en todas partes, son religiosamente ubicuas, y surgen de forma orgánica en cualquier conversación. Aparecen en un congreso de marketing, en la charla que mantienes con los amigos o familiares, en el trabajo y en los hilos de Twitter que te tientan … Leer más

La estructura de una novela: cómo construir los cimientos de tu texto

architectural photography of building

Escribir tiene mucho que ver con la construcción. El texto no es solo texto: también se transforma en edificio, con sus luminosidades y sus grietas, con sus lugares incómodos y sus espacios confortables. Y por eso mismo es esencial que, desde el primer minuto, los escritores pensemos bien qué tipo de cimientos queremos para nuestro texto-edificio: cómo deseamos que se sostenga nuestra novela, de qué forma van a vivir nuestros personajes en ella. De esa decisión van a depender muchas más cosas de las que creemos. 

La estructura de una novela es sinónimo de raíces arquitectónicas y, más allá de lo metafórico, también del sistema de relaciones entre capítulos. Y para empezar a diseñar, a trabajar y perfilar y volver a planificar tu narrativa, tendremos que idear bien qué sucede dentro de cada división capitular (porque la estructura tiene mucho que ver, también, con la forma que adopta una trama) y cómo se va a distribuir a lo largo de las páginas.

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Ciencia ficción galega: un xénero pendente de renovación

Sempre tivo un espazo marxinal dentro das literaturas europeas e no sistema literario galego non é excepción: a ciencia ficción, tamén chamada ficción científica baixo ese xogo de palabras que pondera máis a imaxinación, continúa a buscar o seu sitio entre editoriais e lectores.

Pero no caso da ciencia ficción galega, quizais a situación sexa máis alarmante que noutros contextos xeográficos e culturais. O gran boom deste tipo de obras viviuse nas décadas de 1980 e 1990, e desde entón non tivemos unha nova época dourada ou, cando menos, prateada. Por motivos complicados de determinar (entrarán en xogo estigmas? prexuízos? mercantilismos?), a ficción científica escrita no noso territorio non puido ter unha liña de publicación continuada, estable ao longo dos anos; non puido consolidar un corpus de autores e autoras de referencia aos que acudir, lectores mozos e maiores, no seu desexo de ler obras do xénero en lingua galega.

A ciencia ficción do país segue pendente dunha urxente renovación. E non é tampouco unha cousa menor.

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Dialogar con tu novela: una historia de dudas, obsesiones y placeres

Teóricos literarios y escritores y escritoras de diferente pelaje explican con claridad las principales fases de creación narrativa. Tenemos la planificación y organización de la historia, la redacción como tal, la corrección… Bloques grandes de trabajo divididos también en subapartados y actividades que ejemplifican la complejidad de todo el proceso, de toda la escritura. Pero no se ahonda tanto en la existencia latente, incluso invisible, del diálogo constante con uno mismo que hay en cada una de estas fases; una conversación con el propio ego a veces hinchado, otras raquítico y autodestructivo.

Escribir, mucho más corregir y más aún alcanzar el sueño húmedo de la publicación, supone también someterse a un flujo de aprendizaje: aprender a cuidarse, a ser justo con lo que se ha creado, a entender los lazos que estableces con tus propias historias. Y hay un monstruo agorero al que enfrentarse: esa idea simple, a veces representada incluso como certeza, de que los textos siempre se podrían haber hecho muchísimo mejor.

Fue la mayor enseñanza que obtuve – y obtengo- después de publicar la primera novela: cómo gestionar el diálogo solitario con tu propia obra. Y lo aprendí después de la obsesión que produce la corrección dilatada y sostenida en el tiempo. Reescribí, eliminé, reestructuré hasta el infinito Siervos de Tinta, sometido a una suerte de síndrome del impostor que me llevaba a cambiar verbo por verbo, adjetivo por adjetivo, una coma aquí y otra allá, contradiciéndome, como si el mundo terminara ahí, en el detallismo de la textualidad, como si todo se transformara de golpe con esa revisión compulsiva. Es más: como si solo la coma, el adjetivo, el verbo fueran la diferencia entre el éxito y el fallo para el lector. 

Corregir es el mayor diálogo de todo el proceso creativo. Es difícil determinar el final, saber cuándo uno enturbia la historia y el estilo o cuándo, de verdad, está ejecutando cambios de valor. En fotografía, el último manuscrito corregido de Siervos de Tinta.

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La alegría de recuperarse

En estos tiempos oscuros y profundos, a veces cuesta encontrar un rincón donde cobijarse. Se solidifica la tristeza y la maldad en todo el horizonte: la guerra, la fatiga pandémica, los ahogos económicos, la rutina cansada. Arrastramos ya dos años de impactos psicológicos y de vaivenes vitales, y salen las ansiedades, las depresiones y el agotamiento. Explota, como aquel volcán canario, el drama y la dinámica peligrosa de tener una juventud sin esperanza.

Y quizá por eso, seguramente por todo eso, he tomado la decisión casi ideológica de impedir que se me vayan los sueños y las ilusiones de la boca del estómago, de las cavernosidades del cerebro. Miro hacia el futuro imaginando (imaginar, qué verbo) el momento justo donde soplen buenos vientos —que soplarán—; el momento justo donde la tristeza y el cansancio vuelen libres hasta la inexistencia —que volarán—; ese instante donde regrese el sol, los reencuentros y algunas de las cervezas que han esperado pacientemente su turno. Todo eso volverá: es parte bendita e irremediable de la gran aventura.

Combato con el máximo número de recursos todo esto, la tristeza que desarma y el cansancio mental que anula. Lo hago desde la consciencia de que es inevitable sentir ambas, pero también desde un hábito nuevo que va calando en mí y se va instaurando en la rutina: afino la mirada para encontrar alegría en las pequeñas cosas. Es quizás una consecuencia directa de la pandemia. Al necesitar más energía, algo de luz blanca dentro de la rutina grisácea, dedico mucho más tiempo a buscar momentos y procesos inéditos que aporten algo de calma. Aunque sea, sí, solo durante un breve instante, apenas unos efímeros minutos en el océano inmenso del reloj y su minutero.

Es un hábito (post)pandémico: encontrar alegría en espacios y momentos nuevos. Por ejemplo, en percibir cómo se alargan los días. En cómo la luz, el mundo, el tiempo se recupera del invierno. // Fotografía: Anton Darius.

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Entrevista a Pablo J. Rañales, autor de Siervos de Tinta: «El trabajo literario no es otra cosa que arar, arar y arar»

Conversación extraída del Medium de su creador, Jorge Riveiro. Agradecido, siempre, a Jorge, por todo y por tanto.

Pablo J. Rañales en diálogo con el periodista Jorge Rivero sobre su primera novela, Siervos de Tinta, en una cafetería de Ares
Fotografía: Lorena Iglesias Andrade.

No todos los días se entrevista a un amigo. Menos, a uno que acaba de publicar recientemente su primera novela. Pablo J. Rañales, orgulloso habitante de Ares -y, claro, de Mugardos-, estudió la carrera de periodismo en Santiago de Compostela, que compaginó con una carrera paralela como escritor de ficción. De ahí surge Siervos de Tinta (vía Valhalla Ediciones), obra que sirvió de pretexto para esta conversación que mantuvimos. Una charla, en formato cercano y reposado, que, sin más pretensión que profundizar un poco en sus raíces como escritor y en su obra, podéis leer a continuación.

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‘Membrana’, de Jorge Carrión: la viralización de una voz bioalgorítmica

Llegar hasta las últimas obras de Jorge Carrión (Tarragona, 1976) libre de contextos es quizás una forma sutil de suicidarse. Para darle sentido a esta tesis tremendista: el universo de Carrión juega mucho, juega todo el rato, con la estructura y la voz, con los géneros y sus fronteras, con el lector. Son artefactos lúdico-culturales que tienen su propia melodía y van consolidando, de manera multimedia, su abanico de referencias, narrativas y vocabulario. Sucede en la simbiosis de diario y ensayo de Lo viral (Galaxia Gutenberg, 2020), en la mezcolanza de lo vivencial y lo literario de Librerías (Anagrama, 2013) y también aquí, en Membrana (Galaxia Gutenberg, 2021), el libro que más demanda estar imbuido del paisaje creativo de Carrión.

¿Qué es Membrana? Lo primero, lo más sintético: una experiencia lectora. Es complicado salir de la lectura de la obra indemne, tal y como se entró en este del Museo del Siglo XXI, después de haberse dejado tocar por los tejidos, las redes algorítmicas, las inteligencias ya-no-artificiales, ahora siempre orgánicas, que dominan todo el hilo narrativo. Es complicado hasta escribir este texto sobre la novela sin utilizar las estructuras sintácticas y expresiones de esa voz narradora omnisciente, femenina, en primera persona del plural, como un coro griego clásico, trágico; una voz tan potente y arrolladora que hasta Carrión soñaba con su lengua, que ya no es nuestra, que es enteramente suya. Por las dudas y por las deudas.

Vista de la portada de Membrana, la obra de Jorge Carrión
La nueva novela de Carrión es un alarde estructural y, también, un ejemplo paradigmático de una voz narrativa poderosa.

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Los cansancios

La certeza me llega siempre en los peores momentos: la única forma que tengo de sobrevivirme es escribiendo. Desde pequeño hasta ahora, apenas hace falta barrer un poco para encontrar la línea recta que conecta ambas edades, ambos tiempos. Y es una línea recta hecha de tinta y de palabras y de páginas, todo extendido sobre la línea, la línea convertida en un altar. ¿Un altar? Sí, supongo que a todo eso —a simplemento eso— me entrego para seguir adelante con fe absoluta. Lo hice desde pequeño; escribir como cura, como principal remedio para mantener la salud mental, la mínima cordura.

Escribir, por ejemplo, para combatir los cansancios diarios. No sé si es justo decir que solo escribiendo encuentro ese momento de echar el ancla, aspirar, mirar alrededor, mirarse adentro; bajarse la cremallera de las entrañas y asomar los ojos, toda la mirada, sin miedo a empaparse de líquidos propios. Solo escribiendo me puedo hacer un ovillo y pensar, y entenderme, y descansar. Descansar… a veces suena raro, a veces suena distante. ¡Descansar en lo mental, y no solo en lo físico! Pienso: no hay otra forma de entender la escritura que no sea como una herramienta para el descanso.

Solo me sirve crear desde la aparente nada, y que surjan los edificios, los personajes, los lugares, las conversaciones, la compañía, la arquitectura imaginada. // Foto: Marilyn Huang.

Lo he notado en estos largos períodos sin escribir ficción: cómo el cuerpo se me tensa, la mente se me enrabieta, el espíritu se me eriza, y el proceso de enajenación siempre termina aquí. Es decir, ante la hoja en blanco del documento de texto, la extensión infinita del blog digital, el desahogo de las teclas que se van atracando de tanto usarlas. El proceso termina ante el acto artesano de escribir sin rumbo, ante la estatua fuerte, de piedra, o de mármol, o de bronce, donde me apoyo y respiro y pienso, miro, entiendo, cojo fuerzas.

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