Teño o privilexio de cobreguear nun oficio que da a potestade de preguntar abertamente, con seguridade, e sendo máis curioso que entremetido. E iso fixen ó longo do verán: preguntar sobre Ferrol e sobre o seu futuro, sobre as súas vantaxes e desvantaxes, sobre o seu tecido social e a visión que se ten, dende múltiples campos de actuación, dunha cidade estraña e cicatrizada. Eu, que sempre contemplei todo cunha certa distancia -a que creaba a ría, a que só aniquila unha lancha que aínda se obceca, para ben de todos, en continuar coa súa escisión das augas-, quería saber que representa Ferrol, que é o que padece.
E tiven a sensación, nas conversas que mantiven con fotógrafos, emprendedores, compañeiros e ata amigos, que todo confluía cara o mesmo destino, cara a mesma rúa, cara a mesma idea: o incrible impacto do pasado na memoria colectiva dos ferroláns, coma se fose moito máis real que a mesma realidade, que o mesmo presente. A imaxe común do Ferrol das últimas rabexadas do século XX aínda parece pervivir, ultradesenvolvida, nas conversas públicas e na propia percepción da cidade.
Últimamente, todo me parece más rectilíneo que antes; una hilera de momentos y una concatenación de sensaciones y trabajos -académicos, laborales- que se quedan atrás. Siento cómo todo avanza inexorablemente hacia adelante y apenas tengo la posibilidad de ver lo que hay a mis espaldas.
Me pasa, claro, con el propio tiempo. No hay forma de estar en un presente sólido; la existencia es esa continuación entre pasado y futuro de la que tanto se ha hablado y escrito, y aún así impacta. Nacer para contraer la obligación de morir; llegar e irse; todo, una línea imperturbable y necesaria, una recta donde solo las fotografías y la memoria, durante apenas unos segundos, permiten quedarse en lo que ya fue, en lo que ya ha sido. Cada día, por el mundo rápido, por la volatilidad, por la combinación entre naturaleza y tecnología, cuesta un poco más trazar un arco desde donde estoy, desde donde soy, hacia la hilera de velas apagadas que deja mi vida (la metáfora, de Cavafis). El tiempo no es circular, sino exageradamente lineal. Al final, eso lo delimita todo, de momento. Tampoco estoy seguro. Cada día superado en la existencia rectilínea desemboca en más dudas.
Las 20:00 marcan el momento de una cita casi obligada. Salimos a las ventanas, porque no hay tanto balcón como en el sur, e intentamos que se escuche lo máximo posible ese Resistiré del Dúo Dinámico, junto con los aplausos. Hay pocos vecinos, de momento, pero al menos queda el sonido en el aire, más leve de lo que quisiéramos, bailando entre el vacío de vida que coletea más allá de los marcos de las puertas y las contras de las ventanas. Seguimos el ejemplo italiano de hacernos compañía desde la distancia.
El acto se convierte en una ayuda; saber que tienes algo pendiente te da un motivo más para estructurar la rutina de la tarde. A las 19:30 ya estás avisando a la familia, espoleado por los vídeos de la televisión y las redes sociales, que son cada vez más creativos. Entonces te asomas y aplaudes, y los vecinos y vecinas se incorporan poco a poco, y les gritas y saludas, y cada uno perpetúa el homenaje. Primero, un homenaje a uno mismo, supongo, y luego a los grandes héroes para la mayor parte de la sociedad: cajeros y reponedores de supermercados, personal sanitario de hospitales, limpiadores en las calles… La punta de lanza de la crisis del coronavirus no solo está en los expertos, sino en el trabajo diario y público de todos ellos.
Apenas ha empezado el período de confinamiento. Queda todavía prácticamente un mes, porque es probable que el estado de alarma se prolongue, y ya pienso en la importancia que tiene cada acto. Discurrimos desde la cita de las 20:00 a la conversión del balcón en minúsculo escenario de teatro, en ágora de la casa. El balcón como metáfora del contacto social, de la unión y de la búsqueda de entretenimiento. Los djs montan el equipo, los músicos tocan, otros juegan al bingo. El aburrimiento (y eso que estamos todavía en un primer nivel) es la pieza fundamental para la explosión de creatividad. Responder a «¿Y si…?» se convierte en ese primer paso para la construcción de estos momentos. De balcón a balcón para sentirnos acompañados, porque también somos, indudablemente, dependientes de los otros. Zoon politikon.