Llueve. Miro por la ventana de una sala de estudio gris y veo a un pájaro aguantando estoicamente la lluvia. Y me pregunto… ¿por qué estoicamente? ¿Y si se encoge en sí mismo sonriendo, disfrutando de los deslices de las gotas por su cuerpo? Llueve y la tierra parece recobrar su alegría. Llueve y mi mirada vaga por un procesador de texto insípido, repleto de palabras mordaces que analizan los medios de comunicación en su guerra mediática dentro del asunto catalán. Iba a escribir conflicto, pero para mí no es conflicto lo que supone una prueba de salud para la democracia. El conflicto es creado a propósito por el egoísmo de unos pocos.
Leo los titulares, las noticias… y me encuentro con la misma vacuidad en todos. La misma falta de contextualización, los mismos datos brutos, la misma forma insana de hacer periodismo. De polarizar, de transformar una realidad compleja en una simple fórmula bicolor, en un blanco y negro dañino. ¿Dónde quedó esa función de formar, educar, ayudar a solucionar problemas y no crearlos? Olvidada en un cajón. Encima de la mesilla de noche está el clickbait, el ‘di esto o lo hará otro por ti’, los copia y pega.
Llueve y me pregunto si hay otra forma de hacer las cosas. Y sí, la hay. Igual que no hay una sola manera de mirar el mundo, sino cientos, miles de puntos de vista de una misma cosa.
¿Y cuál es esa variante? Periodismo narrativo. Periodismo con las armas de la literatura. Volver a revalorizar la crónica, el reportaje literario. ¿Impensable? No, realidad. El periodismo narrativo surge como una respuesta reaccionaria a ese otro periodismo marcado por el culto a la velocidad, por la inmediatez, por el informar ya, cuanto antes, pero no de la mejor manera.
En sí mismo, el periodismo narrativo es contar una historia, comprender un todo a través de una partícula más pequeña. Las historias nos ayudan a recordar y a entender el mundo que nos rodea. Así ejemplifica Tomás Eloy Martínez (2002) la esencia del periodismo narrativo:
‘Cuando leemos que hubo cien mil víctimas en un maremoto de Bangladesh, el dato nos asombra pero no nos conmueve. Si leyéramos, en cambio, la tragedia de una mujer que ha quedado sola en el mundo después del maremoto y siguiéramos paso a paso la historia de sus pérdidas, sabríamos todo lo que hay que saber sobre ese maremoto y todo lo que hay que saber sobre el azar y sobre las desgracias involuntarias y repentinas’.
Kapuściński llevaba dos libretas: una para los comunicados que enviaba a su periódico y otro para la crónica, para ese periodismo narrativo que abarcaba mucho más. Y se le recuerda por esto último, no por lo primero. La historia prevalece, perdura, es eterna. La historia y la literatura.
‘(…) Los pescadores de un lago (…) empezaron a sacar peces grandes y grasosos, como no había antes. Con un pez enorme sobre una mesa de madera en la playa, empezaron a atar cabos y llegaron a la conclusión de que el comienzo de la gordura de los peces coincidió con los desaparecidos de Amín, pues se rumoreaba que el dictador mandaba matarlos y tirar sus cadáveres al lago. Entonces llega una camioneta militar, los soldados se llevan al pez, lo depositan en la parte de atrás del vehículo y de ahí sacan un cadáver desnudo. Lo tiran sobre la mesa del pez y se alejan entre risas demenciales’.
Periodismo narrativo, Roberto Herrscher, pág. 35.
Aquí, Kapuściński, en base a la descripción y los detalles de una escena, es capaz de mostrar una radiografía de la dictadura de Idi Amín en Uganda. No ha necesitado más que transportarnos allí y hacernos sentir la crueldad de un régimen dictatorial, la corrupción y el amiguismo y la impotencia del ciudadano de a pie ante los militares. Ha dejado entrever el horror y la maldad. Aquí radica la magia del periodismo narrativo: dotar a las escenas, al ambiente, al tiempo, a los gestos, a las personas, de un aura diferente, ir más allá de los datos y de los nombres.
El periodismo narrativo requiere tiempo y dinero, es cierto. No puedes hacer una buena crónica literaria en un día, aunque tengamos casos excepcionales que simplemente confirmen esta regla (N.R. ‘Sonny’ Kleinfeld, con su texto del 12 de septiembre de 2001 sobre los atentados acontecidos el día anterior). Necesitamos semanas, meses de preparación, de investigación, de profundización. Pero el resultado merece la pena.
Sin embargo, es importante dejar algo claro: lo narrativo es un adjetivo. La base de este periodismo fue, es y será la no-ficción, la realidad. El periodismo narrativo no desvirtúa la realidad, de hecho debe estar más apegada a ella que nunca. Debe estar contrastado y debe ser veraz. No por usar las armas de la literatura, un estilo rico, culto… debemos olvidarnos de que estamos haciendo periodismo, no escribiendo una novela. Usamos las armas de la literatura para el periodismo, no las armas del periodismo para la literatura (que también es posible y legítimo, por cierto). Son conceptos diferentes. Lo segundo atiende, más bien, a una obra basada en hechos reales.
En el mundo actual, el periodismo no es lo que está en crisis. Está en crisis su modelo de negocio. El periodismo es más necesario que nunca. Nunca hemos tenido tanta información a nuestro alcance y nunca hemos sido tan incapaces de gestionarla. Nunca se nos ha presentado un mundo tan complejo, con tantos puntos de vista y variantes. Y el periodismo narrativo busca poner solución, dar contextos, empatía, trasladar a uno al otro lado, sumergirlo, transportarlo a otra perspectiva nueva. ¿No es objetivo? Cierto, estamos hablando de personas. La objetividad es imposible. El propio proceso de producción de la información no deja pie a la objetividad. Seleccionar implica un criterio personal. Y lo que el periodista hace es sobre todo seleccionar.
Se trata de humanizar el periodismo, de recordar que las fuentes son personas, que hay alguien detrás de los 60 muertos en un atentado en Pakistán. Volver a la esencia de un periodismo de calidad, establecer un mundo nuevo, con una mirada nueva, con una forma nueva de entender las cosas. Sin embargo, el periodismo narrativo aún no ha cuajado en España porque tenemos una considerable falta de avidez por entender las cosas. Por pensar en el otro, por comprender lo que nos rodea y lo que está pasando.
Os invito a que leáis Periodismo narrativo, de Roberto Herrscher.
O mirar este increíble perfil literario sobre Nicanor Parra de Leila Guerriero. O este reportaje de Arturo Lezcano sobre el asunto catalán.
Y recuerdo, de nuevo, que otro periodismo es posible. Que la literatura también puede salvarlo, redimirlo, darle una nueva forma de ser, de comunicar. Reinventarse a sí mismo, rejuvenecerse. Nunca hemos necesitado tanto contar bien una historia. Una buena historia. Y nunca hemos necesitado tanto que el periodismo se salve, que logre superar las trabas económicas, la imposición de unos ratios, la cuantificación de la atención y de la magia de las palabras.
Otro mundo es posible. Lo decía Sampedro cuando criticaba al capitalismo. Otro periodismo es posible. Lo está pidiendo a gritos. Está llorando, está lloviendo, está purgándose.
El pájaro ya no está bajo en el árbol. Se ha ido a buscar otra rama sobre la que posarse, otra visión del mundo, otra manera de ver y otro lugar desde donde encogerse en sí mismo y disfrutar de las gotas de agua deslizándose por sus plumas. Gotas nuevas, lugar nuevo, vista nueva.