Maricón, de qué

Uno piensa en el ensañamiento que supone apalear hasta la muerte a una persona. Son muchos golpes y, al parecer, mucha gente convencida de agredir a un chico sin importar las consecuencias, sin ser conscientes de la línea roja que están cruzando para siempre. Pero la violencia no nace en el momento último de la agresión; se rastrea el origen desde mucho más atrás, sumergidos en un proceso inconsciente y peligroso. Porque para apalizar así a una persona, de manera grupal, primero hay que deshumanizarse y deshumanizar, convertir al otro en un objeto o un ser inferior, de otra categoría, sobre el que ejercer una violencia coral y sin control.

Para lo que vino después del ‘maricón‘ hay que hacer algo también horrendo: despojar a Samuel Luiz de su igualdad con respecto al resto. Despersonalizarlo en todos los sentidos, desvestirlo de ilusiones y de vida.

Me pregunto cómo se hace eso. Cómo se deshumaniza, cómo se sueltan las riendas del brutalismo, cómo aflora una agresividad colectiva de esa manera. Qué hay detrás de todo esto. Me obsesiona responderlo: cómo se acaba con la dignidad humana.

(Sharon McCutcheon, 2018)

Discursos. Ficciones. Palabras que se cuelan como legítimas y que van construyendo el caldo de cultivo del futuro. Un futuro que ya es, por cierto, nuestro presente. Podemos discutir si el móvil fue o no fue, finalmente, la orientación sexual de Samuel Luiz; lo que no deberíamos dejar de plantearnos es, sin embargo, que la palabra ‘maricón‘, sumergida en su contexto, esconde en realidad los engranajes sociales y culturales de la deshumanización. Si no fue el móvil, fue el objeto legitimador de los golpes; se puede hacer lo que se hizo porque, entre otras cosas, Samuel era homosexual y, por lo tanto, dentro de este juego de legitimación inmoral e inhumana, un ‘alguien’ minoritario, inferior, estigmatizado.

Discursos. Ficciones. Palabras que van construyendo el caldo de cultivo del futuro, que es hoy nuestro presente. ¿Cómo se edifica el supremacismo? Hay mensajes que van calando, permeando lo social, robando lo humano, erosionando la dignidad del ajeno. Y no nos damos cuenta de que están ahí, creciendo, hasta que activan los resortes del salvajismo.

Van gota a gota, creando constructos legitimadores, justificando próximos comportamientos violentos, deshilachando las telas de lo racional.

Y con el supremacismo, se pare el miedo. Y entonces unos padres ya temen que su hijo o hija, bisexual, homosexual, se agarre de la mano de su pareja en público; ya ellos mismos sienten inseguridad al llevar la bandera LGTBI en la muñeca; tienen que decir a amigos, padres, hermanos, que llegaron bien a casa. La historia nos suena, porque sucede con otras condiciones identitarias. Nos suena la historia y nos suena el miedo.

Qué fuertes son las ideas, las palabras, los discursos, las justificaciones conscientes e inconscientes, que quitan hasta la dignidad humana, hasta la vida misma. Y cuánta necesidad hay de combatir y contrarrestar tanto odio.

No tengo apenas respuestas a lo que siento. No entiendo, siquiera, la punta del iceberg de todo esto. Pero defiendo con algo de certeza que el salvajismo humano contemporáneo primero asoma por la lengua y luego, consumado el pecado de la cosificación, brota ya en la punta de los dedos.

Después solo le queda desatarse por todo el cuerpo.

#XustizaParaSamuel.

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