A T, con el cariño de los recuerdos.
Enseñar literatura es un acto que destila magia. Enseñarla con pasión, estableciendo puentes no solo entre profesor-alumno sino entre literatura-persona. Es difícil (y bonito) demostrar que la literatura es un todo que abarca mucho más que unas palabras en un papel: es contexto, vivencias y recuerdos, mundos de personas que dejaron de existir y que han logrado alcanzar una extraña inmortalidad. Amar la literatura, como las matemáticas, la historia o la geografía, dependen considerablemente de cómo se enseñe y de quién nos la enseñe. Yo tuve suerte. Y ahora que la nostalgia me invade, repaso los recuerdos que me quedan de uno de mis profesores de literatura. Una especie de John Keating, dígase Robin Williams en El club de los poetas muertos.