La nada, el blanco, el silencio, el vacío. El aburrimiento, el hastío por la vida, el fin del mundo. Las voces, la mente quebrada, los pelos arrancados, el abrazo a las piernas del guardia, las lágrimas. El blanco, la nada, el silencio, el vacío.
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Habían pasado varios meses desde la creación de las cárceles de hastío. Cada día, más delincuentes terminaban en las salas asépticas y comenzaban con la lucha inacabable contra la nada. Los primeros sentenciados a estos centros sonreían, optimistas, por escapar de la pena de muerte. Se relamían ante los jueces mientras la opinión pública enseñaba los dientes y clamaba sangre, no silencio. Querían sufrimiento, y sufrimiento tuvieron.