Escribir tiene mucho que ver con la construcción. El texto no es solo texto: también se transforma en edificio, con sus luminosidades y sus grietas, con sus lugares incómodos y sus espacios confortables. Y por eso mismo es esencial que, desde el primer minuto, los escritores pensemos bien qué tipo de cimientos queremos para nuestro texto-edificio: cómo deseamos que se sostenga nuestra novela, de qué forma van a vivir nuestros personajes en ella. De esa decisión van a depender muchas más cosas de las que creemos.
La estructura de una novela es sinónimo de raíces arquitectónicas y, más allá de lo metafórico, también del sistema de relaciones entre capítulos. Y para empezar a diseñar, a trabajar y perfilar y volver a planificar tu narrativa, tendremos que idear bien qué sucede dentro de cada división capitular (porque la estructura tiene mucho que ver, también, con la forma que adopta una trama) y cómo se va a distribuir a lo largo de las páginas.
No te asustes: aunque quizá no te hayas parado a pensar mucho en ello, ya sabes algo sobre la estructura de las historias. Es el punto positivo de ser seres tan narrativos, tan contadores de relatos, tan orales (recordemos: las historias como herramientas para entender el mundo y a nosotros mismos…).
Ya sabes que hay un inicio, un nudo y un desenlace y eres consciente de cómo el protagonista evoluciona a en ese lapso de tiempo, interactuando con otros personajes y desarrollando el conflicto que nutre toda la historia. Ahí emerge la organización más clásica de todas, la estructura en tres actos, y en base a ella trazamos gran parte de lo que contamos desde tiempos pretéritos.
Este tipo de organización narrativa sigue siendo imprescindible para una novela. La puedes utilizar tal cual dicta la norma, pero una vez conocida e interiorizada, se trabaja para modificarla, para experimentar con ella cambiando la forma en la que concibes los capítulos.
A eso vamos ahora: a ver qué variaciones admite tu edificio en sus cimientos sin que se desmorone.
Una técnica para trabajar la estructura de una novela: el cruce de líneas narrativas
Imagina que estás empezando y necesitas pensar una historia (pensar es un verbo clave: no escribirla, sino proyectarla) basada en tres actos. Presentación, nudo y desenlace. Es la organización que más controlas y que mayor seguridad te aporta como narrador —y eso está perfecto—. Así que creas a tu protagonista, vives con él 24 horas, lo conoces, ves qué problema tiene, qué desea y cómo va a evolucionar. Nace el conflicto y, aunque a lo mejor no puedes determinar cómo será el final, sí eliges la forma —una primera persona— y encuentras la voz narrativa de la novela.
Y ahora que has hecho esto (que no es poco) puedes lanzarte a probar algo más: diseñar otra historia que también esté basada en la estructura en tres actos, con su propio protagonista y estilo y problema, pero relacionada temática, espacial o temporalmente con la primera narración. Vas a poner en práctica la técnica del cruce de líneas narrativas.
¿Te cuesta imaginarlo? Pongamos un ejemplo:
Tu relato o línea narrativa inicial está protagonizada por María, una mujer que sufre el robo de su bebé en la España de los 70 e inicia un doloroso proceso de investigación para ver qué ha ocurrido. Así discurre tu trama: con la voz de María en primera persona, madre dolida y atacada tras comprobar que la corrupción y ranciedad alcanzan las raíces más profundas del sistema, afectado por los últimos estertores del régimen franquista.
Tienes a María. Tienes su personalidad, su problema, sus ganas de encontrar a Javi, el hijo robado. Y será precisamente Javi quien va a injertarse entre los capítulos de María con su segunda línea narrativa. Un Javi que, en cada uno de sus capítulos, conversará con un policía para enseñarnos cómo creció en una familia que no era la suya; para diseccionar en canal todo el dolor que le crea el no haber conocido a su madre en una España brutal e injusta.
El relato de Javi contará con su propio conflicto, evolución y resolución, como también lo tendrá el de María. Dos líneas paralelas que, en realidad, no son tan paralelas: están conectadas en tiempo y tema, están irremediablemente cruzadas aunque sus protagonistas no lo sepan. Lo sabrá el lector, o por lo menos lo irá intuyendo conforme avancen las páginas.
Esquematicemos este cruce de líneas 👇
¿Lo ves mejor ahora? Entre los ocho capítulos que nos hablan de María y su dolor, se colarán cuatro más (L1, L2, L3…), proyectados hacia el futuro, donde Javi nos completará el fresco de la historia. Así enriquecerá la novela y el contexto de su madre con las incisivas preguntas en comisaría. María y Javi tendrán sus propias voces, sus propios capítulos y sus propias formas, pero ambos continuarán con el esquema de los tres actos.
Esto es, en esencia, lo que podríamos definir como la técnica del cruce de líneas narrativas. Y lo podemos ver de manera simplificada en el índice de Illa Decepción, la obra de Berta Dávila galardonada con el Premio Narrativa Breve Repsol 2020:
Tres capítulos para Algunhas casas, tres capítulos para Illa Decepción, que se atraviesan y se relacionan temporal y temáticamente. Que se cruzan, que coexisten y están conectados por puentes para construir un edificio más complejo y con más estancias.
Pero, como casi todo lo que sucede en escritura, la mejor forma de entender cómo encaja el sistema es leer. Leer Illa Decepción, claro, pero también otras obras que tengan una estructura radicalmente distinta a la de los tres actos, y hacerlo desde una nueva óptica, desde unos nuevos ojos: el de un escritor.
Porque es justo en ese momento, en esa transformación, cuando las lecturas cambian y empiezas a focalizar tus esfuerzos en encontrar las claves que utilizan los autores a los que admiras; estructuras que muchas veces están ocultas, desperdigadas entre el índice y los esquemas que tendrás que hacer para descubrir de verdad los cimientos que construyen las grandes narrativas.
Entre las páginas de los libros descansan las mejores lecciones de literatura. Y por eso mismo es necesario asomarse a obras como Membrana, de Jorge Carrión; Rayuela, de Julio Cortázar; Casa de Hojas, de Mark Z. Dienelwski, o Tuyo es el mañana, de Pablo Martín Sánchez. 💚
Son, todas ellas, algunas de las novelas que colocan encima de la mesa la importancia de trazar el rumbo de tu relato a través de la estructura: es uno de los elementos imprescindibles que diferencian la obra profesional de la amateur —una lección que yo aprendí después de escribir mi primera novela, donde fallé precisamente en eso: en no planificar bien su estructura, en no tenerla mucho en cuenta, no poner en consonancia mis deseos con la organización de la historia—.
Lo único que me queda pendiente es invitarte a fijarte más que nunca en cómo se organizan las obras que te apasionan; cómo se distribuye la trama y cómo se relacionan entre sí los capítulos, las divisiones, las pausas. Será una buena forma de empezar a iluminar esa historia que construirás ladrillo a ladrillo, escena a escena, durante meses… ¡o años!