Llegaba del trabajo, tiraba la cartera encima de la cama e iba directo al frigorífico. Cogía la primera lata de cerveza que hubiera. De eso nunca se olvidaba. De la cerveza, no. Si se olvidaba, todo se iba a la mierda. No podía permitirlo. Cogía la primera lata de cerveza y luego se sentaba en el sofá. Dónde está el puto mando. Y el mando no aparecía. Y el cansancio acumulado en la oficina, en un trabajo insufrible dentro de una rutina insufrible, aumentaba. Monstruo enorme que engullía su existencia. Cansancio y rutina. Lata de cerveza.