Es ya una verdad insoslayable: las inteligencias artificiales han adquirido condición divina. Están en todas partes, son religiosamente ubicuas, y surgen de forma orgánica en cualquier conversación. Aparecen en un congreso de marketing, en la charla que mantienes con los amigos o familiares, en el trabajo y en los hilos de Twitter que te tientan a probarlas cuanto antes. Escritores, profesores, académicos, diseñadores, periodistas, ilustradores o fotógrafos no tienen ya posibilidad de huida: deben pensarlas y enfrentarlas.
Modelos de lenguaje generativo como ChatGPT nos sitúan ante nuevos horizontes de expectativas. Por primera vez en mucho tiempo, la palabra crear ya no es estrictamente humana; ahora se abre a nuevos impulsadores, a IAs que crean textos, dan argumentos y traducen mucho mejor que sus antepasadas tecnológicas. A partir de este instante, la técnica ya no solo canaliza o facilita como lo hace un procesador de textos estilo Word o un corrector automático: se ha sobrepasado la barrera simbólica de la creación. Y por eso da tanto miedo. Por eso engendra tanta incertidumbre.
Intentemos, de cualquier manera, pensar las inteligencias artificiales y su relación con la escritura. Respondamos a algunas preguntas complejas: ¿se acabarán los escritores? ¿tendrán sentido los redactores de contenidos? ¿los columnistas? ¿las estanterías del futuro se llenarán con obras producidas por identidades tecnológicas? ¿cómo será la escritura con inteligencia artificial?
Partamos de una premisa fundamental: admitamos, como lo hace Carlos Alberto Scolari, catedrático de Teoría y Análisis de la Comunicación Digital Interactiva en la Universitat Pompeu Fabra, la condición disruptiva y revoltosa de las IA. Seamos honestos y accedamos a este debate a sabiendas de que es bastante probable que haya una transformación de los roles humanos dentro de los trabajos textuales, gráficos o artísticos. Culturales, en resumidas cuentas.
Ante un panorama así, es fácil caer en alguno de los dos lados del abismo, asir la bandera del tecnoutopismo o el hacha del apocalipsis. Más que a las actitudes, vayamos hacia los procesos creativos; hacia cómo las inteligencias artificiales podrán transformar la manera de crear textos, narrar y novelar nuestro mundo.
Poemas y novelas enlatadas: la hiperproducción industrial alcanza la literatura
El boom desmedido de inteligencias artificiales ya tiene efectos evidentes en la literatura. Con rapidez, algunas personas se han lanzado a la autopublicación (en su mayor parte, vía Amazon) de novelas escritas por IA en apenas unos días. O han comenzado a abrir blogs que se nutren de textos de escritura automatizada con enfoque SEO —hay gente que hace que la máquina escriba para la máquina: que ChatGPT alimente a Google—.
Las inteligencias artificiales son la base de un proceso de creación supuestamente nuevo, pero que en realidad refleja las mismas dinámicas de trabajo que existían en las fábricas industriales del siglo XX. En la actualidad, se conciben como aceleradoras de ritmos productivos: las IAs se convierten en obreras, pero sin organización sindical.
Las novelas nacidas bajo la cadencia exprés de los modelos generativos de lenguaje desechan la singularidad en favor de la masividad, al menos de momento. Sus escritores-editores no las idean bajo criterios de construcción de nuevas voces narrativas y cuidado estilístico, porque eso impide la escritura en cadena: lo importante de este proceso es maximizar beneficios reduciendo tiempos de creación. Estandarizar el lenguaje. Homogeneizar estructuras. Simplificar arquetipos.
Creo que las inteligencias artificiales favorecen esta forma de hiperproducción textual en literatura. Y existe la posibilidad de que se asiente con solidez, incorporando una «visión instrumental y economicista de la escritura», en palabras de Vicente Luis Mora, y un abaratamiento extremo de la generación de contenidos.
Nos podríamos liberar, como redactores, de textos tediosos (aburridas notas de prensa, crónicas futbolísticas simples, recuentos horribles) pero la literatura exige un plus de singularidad, de mirada sobre el mundo, de comprensión emocional, que la hiperproducción textual no garantiza. Las novelas escritas por IA de Amazon deben caber en latas. Lo contrario, para ellas, no tiene sentido.
La creación artesanal o cómo abrazar las novelas a fuego lento
Volvamos a la pregunta, entonces: ¿se acabarán los poetas, los escritores, después de que se consoliden las IAs? La respuesta la da Jorge Carrión, crítico cultural, escritor, autor del podcast Solaris y de Los campos electromagnéticos, la primera obra de literatura algorítmica: GPT-4 es mejor, por ejemplo, que poetas influencers muy famosos. Menciona a Jorge Bucay, a Marwán. Es decir, arquetipos de poetas y escritores que se introdujeron en el mercado editorial ejecutando una y otra vez un mismo tipo de obra, de poema, de relato; poetas y escritores que lograron crear moldes fácilmente replicables, sin profundidad narrativa. Hiperproductores industriales.
La literatura humana será, en contraste con la esencialmente algorítmica, más metafórica y multicapa. Tendrá conciencia, intencionalidad y un mundo simbólico propio de cada autor. Si las IA pueden ser como Marwán, les costará convertirse, como dice Carrión de nuevo, en Javier Marías.
Y eso lo que hace es dar fe al segundo método de trabajo intelectual: la cocreación artesanal. Escribir se reafirmará más que nunca en su condición de artesanía, en cómo el diseño narrativo lento enfatizará la calidad de las obras humanas por encima de las obras algorítmicas. Trabajar la metáfora, el estilo personal, la mirada… todos esos elementos se revalorizarán todavía más en un porvenir con estanterías que alternen lo artificial y lo humano. El consumo rápido y el consumo pausado.
Habrá espacio, eso sí, para hibridar: concibo el avance tecnológico desde el optimismo, y creo que los modelos de lenguaje generativo como ChatGPT son impulsadores (y no tanto aceleradores) de creatividad, bien a partir de la oposición-negación, bien desde la conjunción de intereses. Lo que quizá deberíamos tener claro es que no necesitamos que sean perfectos: no necesitamos que escriban los mejores poemas y que generen los mejores diseños. Aprenderemos también de sus errores, de sus vacíos, de sus incoherencias y de su falta de emoción, y aprovecharemos sus casualidades creativas para generar obras como la de Carrión y Los campos electromagnéticos.
Empezaremos a cocrear con las IA. Los escritores, los redactores, las personas creadoras se convertirán en seres dialogantes, menos aislados, y podrán ejecutar acciones mano a mano con los algoritmos; pasarán a revisar, editar y discutir, sobre todo discutir lo que salga de esas inteligencias industrializadoras. El trabajo de contraste, debate y reestructuración también tendrá artesanía. Es decir, paciencia, oficio y personalidad.
Frente a las latas de novelas y poemas fríos, asépticos, es posible que los seres humanos valoremos más que nunca lo escrito desde una visión maravillosamente singular del mundo.